lunes, 2 de noviembre de 2009

De lo que un hombre normal ha de ser capaz.

Hace tres cervezas que pasé de ser un tipo misterioso e interesante a un idiota sin demasiado que aportar a una noche que se escapa por un sumidero de un lugar extraño al que ni siquiera recuerdo haber llegado. “Otra cerveza”, mientras medito la próxima acción suicida de mi ejercito de enanos barbudos y malhumorados. Ojos de cordero sobre un letrero de neón bastante parecido a mi cara, no entiendo por qué tienen que poner espejos en las barras de bar. Un momento, solo un momento y vuelvo a la mesa de ajedrez del destino del micromundo R-48275923728563. Esta cerveza también corrió demasiado, no como la canción que nunca podré tocar con los dos pies derechos de este zurdo de ideas. Conversaciones banales sobre acciones banales de hormigas tomando el té a la sombra de una bonita lupa.

El final estaba escrito y ya confirmado con mi segundo Jack´s Daniels. Mientras sigo buscando un lugar seguro donde esconderme me fijo en el micromundo de al lado, allí un tipo saca todo su repertorio de frases de películas para adolescentes y gana su partida. Quiero vomitar sobre su flequillo adecuadamente despeinado.

Pienso en el movimiento estrella de la temporada. Debería subirme en la mesa y bailar un zapateado sacando a la chica a bailar; que clientes y camareros tocasen las palmas al compás y el dueño del bar nos casase como en aquella canción. Debería aparecer godzilla y con mis puños desnudos enseñarle a esa lagartija quien es el rey del mundo sin tan siquiera aflojarme el nudo de la corbata. Tal vez solo debería responder a la pregunta que me hace la inflamadora de todos mis males (por este corto periodo de tiempo) en vez de sumar 2 a la puntuación de idiotez. “Perdona, no te escuché, es que me había quedado embelesado con tu bonita mirada”, ahora quiero vomitar sobre mi propio pelo adecuadamente despeinado; pero ella sonríe y yo saco lo más parecido a una sonrisa con guiño que guardo en mi baúl. Pequeña victoria espontáneamente estratégica.

Vomitar en el baño de un bar se convierte en una acción cíclicamente infinita. Más vomitas, más asco te da el lugar donde vomitas y más vomitas. Tengo que focalizar en otras cosas y leo las frases de retrete a ver si se me pasa cuando veo el culmen de la literatura posmoderna “Tonto el que lo lea”. ¡Bang! Quiero dar gracias a Mr. Originalidad por darme fuerzas en estos momentos bajos. Es bonito ver que hay gente más idiota que uno mismo. Limpio en la manga de la chaqueta el último hilillo amarillento que sale del agujero por donde suele entrar el alcohol. Me levanto de un respingo... demasiado rápido... Me vuelvo a levantar con más cuidado y consigo llegar a la mesa donde estaba mientras me enciendo un cigarrillo que cambie mi garganta de sabor-bilis a sabor-ceniza. Mucho mejor, no he caído sobre nadie ni he provocado un incendio.

30 segundos es lo que necesito para ver (entender) lo que pasa frente a mi: justo al lado de Miss Inflamadora el del flequillo adecuadamente despeinado (no yo, el otro) así que solo me queda una cosa por hacer. Ruido de vaso estrellándose contra la pared a escasos centímetros de un flequillo que no me gusta un pelo. Ahora tengo la atención de todo el bar. Guiño a Miss inflamadora y reverencia al público.

No han tenido que echarme porque ya estoy camino de casa con esos dos ojos clavados en mi mente. Mala suerte si el savoir faire no es lo tuyo. En casa la última cerveza y el redtube para que mi ejercito de enanos barbudos y malhumorados se calle. Silencio que necesito dormir.



El sobrino de Jack.

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